Una historia más
La luna le observaba desde el otro lado de la ventana. El petate estaba ya sobre la cama, el tren no esperaba. En el bolsillo de su cazadora solo un billete de ida. En la mano una vieja fotografía arrugada. Ante el espejo una mueca de dolor, al oír como la aguja arrancaba al vinilo por última vez su canción. Una partida no dura eternamente y el perdedor siempre tiene que dejar la mesa de juego.
Empezó a llover. En el taxi, la radio emitía la misma canción. Se estremeció y miró hacia atrás. Sus ojos atravesaron la luna trasera. Nunca volvería a ver esa calle igual.
Ella.
Cuando cayeron todos los pétalos de su rosa, cuando todos los oasis de sus lágrimas se secaron, cuando en sus oídos solo quedaron las mentiras, decidió que no lo esperaría más. En su bolso, un billete de ida. Cerró la puerta de golpe. Empezó a llover. En el taxi, una melodía hizo que se estremeciera. Miró hacia atrás, nunca volvería a ver esa calle igual.
En el andén de la estación, unos desconocidos se cruzaron. Como dos guerreros rivales al encontrarse en el camino tras una batalla, se mantuvieron la mirada por unos segundos. El respeto por la valentía ajena pareció unirles. Por unos instantes pudieron leerse los pensamientos, pudieron sentir sus heridas. Compartieron la misma isla.
El destino, juguetón, convino que sus asientos en el tren del olvido, fueran contiguos.