lunes, marzo 12, 2007

Mark, el chico raro

Conocí a Mark en la universidad de Covenant. Mark era uno de esos chicos cristianos de moral compleja. Era un manojo de sentimientos carente de experiencia para controlarlos, digamos que era un sufridor nato. Era aquel chico raro e introvertido que solo me tenía a mí como amigo. Mark hablaba poco, y si digo la verdad, nunca supe por qué le daba cancha. Posiblemente lo hacía por pena. En más de una ocasión lo había protegido, presa de las burlas de otros compañeros, que como hienas, le utilizaban de carnaza para sus risas. Cuando conversábamos, siempre me hablaba de su dolor, de su soledad, de la hipocresía de la gente. Una noche, entendí que un mundo de plomo presionaba sus hombros, produciéndole un pesar inaguantable. Intente quitarle hierro al tema frivolizando y poniendo un punto de humor. No se lo tomó nada bien. Como una caldera apunto de explotar, se abalanzó sobre mí, me agarró de las solapas y me levanto el puño en amenazante actitud. Ese fue el último día que nos vimos hasta hoy.


Cuatro años más tarde...


Aquel día era 8 de diciembre, y pese a que la ciudad estaba preciosa debido a las fiestas navideñas, hacía un frío de justicia. Aquel mes se respiraba un ambiente de triunfalismo republicano en la calle, engrandecido por la victoria del candidato
Reagan frente a Carter en las elecciones presidenciales. Era el año 1980.

Aquella semana empecé a trabajar en el centro de Manhattan, en un bonito restaurante Italiano, llamado Gino’s. Era un trabajo mal remunerado, pero era más de lo que un recién llegado a New York podía esperar.
Aquella tarde de lunes, libraba el turno de cenas y justo a la hora de mi salida, recibí una inesperada visita. Tras casi cuatro años sin saber nada de Mark, como una estatua, apareció ante la puerta del restaurante. Su apariencia era tan dejada como siempre. Ataviado con una gabardina y llevando sus estúpidas gafas de sol semitransparentes. Esas que ya llevaba en Covenant. Lentes que dejaban entrever en su cara de luna, unos tristes ojos. En una mano llevaba el último disco de John Lennon firmado por él, y en la otra un ejemplar del “El guardián entre el centeno”.
- Hola Mark, cómo te va?,
Subió los hombros y enarcó las cejas, en un solo gesto. Estuvimos hablando durante unas horas.T
omamos un hotdog en un puesto ambulante y nos sentamos en el linde de Central Park con la 72, justo delante del edificio Dakota. Allí me resumió sus desdichados recientes cuatro años, desde el incidente que nos separó. Habló de aquellos días de la universidad, de la gente popular, del dinero, de las clases sociales, de las sonrisas de un millón de dólares que corrían por las aulas.
De nuevo como en aquella época, volvió a hablar del la hipocresía de la gente importante, y me mostró el disco que había comprado.
- Como el bastardo éste. ¡Pacifista!, ¡comunista! y luego míralo en su lujoso apartamento y viajando en
su limusina. (Señalando con su dedo el edificio contiguo al Dakota).
- Hijo puta. Ese hipócrita debería palmarla.
Lanzó el disco hacía los jardines, con un golpe de brazo provocando un ridiculo vuelo raso. Luego me miró directamente a los ojos y me dijo:
- Como tú, también deberías morir.
De su bolsillo sacó un revolver plateado del 38 y me encañonó.
- No tienes ni puta idea de lo que ha sido mi vida desde aquel día. Eras mi único amigo, ¡Cabrón! Te he odiado todos los putos días desde entonces.

Una vena en su cuello se marcaba exageradamente.
- Mark, tranquilo. Sigo siendo tu amigo, cálmate, no puedes hacerme esto, yo siempre he estado de tu lado.
Lo miré, sus ojos estaban llenos de lágrimas y sus mandíbulas apretadas, su mano temblaba y se le veía realmente nervioso. Entonces espetó: ¡Lárgate, fuera, vete de mi vista, cabronazo!

Salí corriendo, atemorizado. Con la imagen todavía en mis retinas de la boca del revolver apuntándome. Entonces cruce la avenida central Park. Parado ante el semáforo había una limusina. Tenía la puerta abierta y saliendo del vehiculo pude ver claramente a John y a Yoko iban hablando desenfadadamente. Seguí corriendo, pocos segundos después oí cinco disparos detrás de mi y luego los gritos de Yoko.




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4 Comments:

Blogger Unknown said...

Me gusta el ritmo y el tema.

la melodia escogida y la escalñera de caracol que armaste con tus fotos es muy buena!!

Saludos!!

lunes, 12 de marzo de 2007, 11:36:00 GMT-7  
Blogger SUAVE CARICIA said...

ooooooo
a veces las reacciones de las personas son inesperadas
suerte la tuya. huiste antes, en el fondo te das cuenta si hubieras sido tu, no habria tenido todo la importancia, aunque en el momento de morir todos somos iguales,quizas a el se le derrumbo un sueño, ese de pensar que las personas tienen un doble standar, a john luchando por los derechos y viviendo como un burgues
uno no sabe como piensas las personas por eso sus reacciones

dejo suaves caricia

martes, 13 de marzo de 2007, 6:39:00 GMT-7  
Blogger Diana L. Caffaratti said...

Cada lectura, un regalo.
Excelente relato con la tensión justa y lo inesperado del remateUn abrazo Jok.

martes, 13 de marzo de 2007, 20:47:00 GMT-7  
Anonymous Anónimo said...

Estupendo, muy bueno.
Isabeau

miércoles, 4 de julio de 2007, 7:00:00 GMT-7  

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