jueves, mayo 14, 2009

Mi hada

En el año 1937 en pleno transcurso de la guerra civil española, Samuel un niño de 7 años, trataba de crecer en normalidad, dentro de una familia de clase baja, con bastantes carencias.
Su padre fallecido en el frente hacía 6 meses, había dejado huérfano a Samuel y también a un pequeño taller de cristalería. En la mente de Samuel, habitaba el recuerdo de aquel lugar ahora cerrado por defunción, donde su adorable padre soplaba por un largo tubo el cristal incandescente, frente a un horno de carbón. Aquel cristalero, provisto de su maestría, proveniente de una larga tradición familiar, era capaz de hacer autenticas obras de arte, joyas o pequeñas esculturas entre las funcionales botellas, copas y vasos.

Samuel tenía una colección fabulosa de pequeñas esculturas, que su padre le había ido regalando. Muchas veces las había forjado delante de él, y ese momento mágico, le servía de pretexto para transmitir a Samuel, un oficio que como a él mismo, le había sido transferido en herencia.

Un día, Samuel, encontró dentro de un armario de la habitación de su madre, la llave del taller. Movido por una nostalgia más adulta que infantil, tomó la llave y se dirigió al taller. Desde que su padre partió al frente, nadie había entrado en ese local. Se había cerrado a cal y canto. Al abrir la puerta, Samuel descubrió que el taller de su padre, lugar que se caracterizaba por su alta temperatura y por su anaranjado color ambiental, proveniente del horno, se había convertido en un oscuro y frió rincón, de herramientas olvidadas y polvorientas. Se adentro en él y descubrió que sobre una estantería de madera, su padre antes de partir había realizado una maravillosa esculturita de cristal. Un hada, pero al parecer, tuvo que marchar al frente antes de acabarla. El hada estaba incompleta, solo tenía un ala. Cuando Samuel la vio se quedó enamorado de la perfección con la que su padre había moldeado aquel vidrio. La belleza de esa hada era casi divina. En ese momento se dejo llevar e imagino a su padre trabajando en ella. Sintió que la última cosa bonita que había realizado su padre, antes de ir a la guerra, había quedado incompleta. Poseído por una necesidad casi instintiva de acabar el trabajo de su padre, encendió el horno. Cuando este llegó a su temperatura, comenzó a calentar cristal, Moldeó, limó y raspó. Dando forma a un ala lo mejor que pudo, siguiendo todos los conceptos que había arrancado de los momentos que pasó en ese taller, admirando el trabajo de su padre. Y por fin, tras varios intentos frustrados, consiguió tener una preciosa ala. Sólo un niño, con tradición de generaciones cristaleras, podía haber hecho ese pequeño ala de hada, con tanto cuidado y perfección. En el momento crucial de adherir su pequeño trabajo, a la creación de su padre. Sintió gran nerviosismo, el corazón le latía con gran velocidad. Al acabar, contemplo la escultura, había quedado perfecta.

En ese momento, súbitamente la luz proveniente del horno, pareció hacerse mas intensa, y una nube de purpurina, rodeó al hada. Poco a poco el cristal se fue convirtiendo en piel, su cabello transparente paso a ser un precioso pelo rojo. Sus alas empezaron a moverse, en un gracioso aleteo. Ese pequeño ser, renacido de materia inorgánica, comenzó a alzase desafiando la gravedad, con un exquisito movimiento. Tras estrenar sus nuevas alas, dando giros en aquella pequeña sala, se posó la mano de Samuel. Habló con él y le dijo que era un hada, nacida de las lágrimas y del amor a su padre, que sería su hada toda la vida y que le protegería para siempre.



La vida de Samuel transcurrió con felicidad, y todos los momentos de soledad, los compartió con su hada. Hasta el final de sus días.