jueves, octubre 18, 2007

El aprendiz de virtuoso

Ciertamente todos los asuntos humanos poseen intrincados trámites. Cuando llevas mucho tiempo enfocando es imposible ver la vida desde un punto de vista global. Por eso es bueno, llegado a un callejón sin salida, dar un paso atrás y observar el laberinto desde un punto de vista diferente.

Dentro de mi laberinto, en aquellos corredores de asimetría confusa, me encontré con Sebastián.
“Sebas”, era un aprendiz de virtuoso. Así se presentó. Yo lo miré con una sonrisa y caí en la frivolidad del prejuicio sistemático. El primer haz cognitivo que pasó por mi mollera, fue para pre-calificar a “Sebas” como friki, esperpéntico. Algo así como el tonto de la clase. Me pareció divertido y sosegué mis prisas pensando que así, podría gozar de una conversación entretenida con aquel personaje curioso.

Me explicó que como aprendiz de virtuoso, la técnica que estaba desarrollando era la plenitud y la felicidad. Me dijo que hoy como cada día era “el primer día de su nueva vida”. Cada mañana, manifestó, pensaba qué era lo que deseaba hacer con su tiempo, siendo consciente de él, segundo a segundo, como si cada lapso fuera un gran tesoro.
“Sebas” tenía una gramática pulida y un léxico cultivado. Argumentaba sin dilación y con una lógica aplastante, en seguida detecté que no se trataba de un chiflado. El era lo que todos, en algún momento hemos deseado ser, pero por alguna razón, nunca nos atrevimos. En minutos consiguió despertar mi curiosidad con sus teorías.
Me habló de energías, de corrientes y de flujos sinérgicos entre seres. Me dijo que el hombre que no escucha a su corazón es culpable de perjurio contra si mismo. Me preguntó por mi pasado, y me propuso un nuevo futuro, el futuro que yo exactamente deseaba, ni más ni menos. Yo titubee, con sus preguntas, cuestiones tales como: ¿De que color vas a pintar las paredes de tu alma? o ¿Qué reo de tu olvido piensas rescatar hoy? Y me sentí como un niño ante un catedrático, un catedrático de la plenitud y de la felicidad.


Luego se despidió de mí, no sin que antes me pidiera que respirara con fuerza y que prometiera que no iba a permitir que mi vida pasara sin que me diera cuenta.

Me quede mirando la espalda de aquel aprendiz de virtuoso, hasta que desapareció silbando por el recodo del camino.