lunes, marzo 26, 2007

Hacer el amor sin tocar

Porque cada vez que te vuelvo a ver, siento tus barreras más frágiles. Porque siento tu sangre vibrar. Porque podremos mil horas hablar, pero en definitiva es solo hacer el amor sin tocar.

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Y a veces, siento que…,

No solo yo, guardo nuestros momentos en mi memoria. Porque, cuando miro tus ojos, con sus lágrimas brillar, siento veneno en mi corazón. Porque cuando pienso en lo que pudo ser y al final no fue, veo mi vida pasar. Porque me niego a olvidar.

Porque hemos aprendido a hacer el amor sin tocarnos.

Porque hasta compartiendo un segundo de separada intimidad, nuestros ojos recorren nuestros cuerpos entre las cortinas de un probador. Y en el fondo, nuestros pensamientos hacen el amor sin tocar. Porque piensas en mi y yo en ti.

Porque se que mis palabras aprendieron a danzar en tu cabeza, hoy pequeña te digo:

- Atrévete de una vez a besar.


jueves, marzo 15, 2007

Una copia de ti mism@

Venga!,
Levántate!,
Corre!
Golpea!,
No pares!
Esquiva las balas!,
Muerde!,
Encaja el golpe!,
Muévete!,
Sigue, sigue!
Deja de ser una maldita copia de ti mism@ cada día

Y ahora dímelo, venga dímelo!
Vamos, contesta a mi pregunta!


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lunes, marzo 12, 2007

Mark, el chico raro

Conocí a Mark en la universidad de Covenant. Mark era uno de esos chicos cristianos de moral compleja. Era un manojo de sentimientos carente de experiencia para controlarlos, digamos que era un sufridor nato. Era aquel chico raro e introvertido que solo me tenía a mí como amigo. Mark hablaba poco, y si digo la verdad, nunca supe por qué le daba cancha. Posiblemente lo hacía por pena. En más de una ocasión lo había protegido, presa de las burlas de otros compañeros, que como hienas, le utilizaban de carnaza para sus risas. Cuando conversábamos, siempre me hablaba de su dolor, de su soledad, de la hipocresía de la gente. Una noche, entendí que un mundo de plomo presionaba sus hombros, produciéndole un pesar inaguantable. Intente quitarle hierro al tema frivolizando y poniendo un punto de humor. No se lo tomó nada bien. Como una caldera apunto de explotar, se abalanzó sobre mí, me agarró de las solapas y me levanto el puño en amenazante actitud. Ese fue el último día que nos vimos hasta hoy.


Cuatro años más tarde...


Aquel día era 8 de diciembre, y pese a que la ciudad estaba preciosa debido a las fiestas navideñas, hacía un frío de justicia. Aquel mes se respiraba un ambiente de triunfalismo republicano en la calle, engrandecido por la victoria del candidato
Reagan frente a Carter en las elecciones presidenciales. Era el año 1980.

Aquella semana empecé a trabajar en el centro de Manhattan, en un bonito restaurante Italiano, llamado Gino’s. Era un trabajo mal remunerado, pero era más de lo que un recién llegado a New York podía esperar.
Aquella tarde de lunes, libraba el turno de cenas y justo a la hora de mi salida, recibí una inesperada visita. Tras casi cuatro años sin saber nada de Mark, como una estatua, apareció ante la puerta del restaurante. Su apariencia era tan dejada como siempre. Ataviado con una gabardina y llevando sus estúpidas gafas de sol semitransparentes. Esas que ya llevaba en Covenant. Lentes que dejaban entrever en su cara de luna, unos tristes ojos. En una mano llevaba el último disco de John Lennon firmado por él, y en la otra un ejemplar del “El guardián entre el centeno”.
- Hola Mark, cómo te va?,
Subió los hombros y enarcó las cejas, en un solo gesto. Estuvimos hablando durante unas horas.T
omamos un hotdog en un puesto ambulante y nos sentamos en el linde de Central Park con la 72, justo delante del edificio Dakota. Allí me resumió sus desdichados recientes cuatro años, desde el incidente que nos separó. Habló de aquellos días de la universidad, de la gente popular, del dinero, de las clases sociales, de las sonrisas de un millón de dólares que corrían por las aulas.
De nuevo como en aquella época, volvió a hablar del la hipocresía de la gente importante, y me mostró el disco que había comprado.
- Como el bastardo éste. ¡Pacifista!, ¡comunista! y luego míralo en su lujoso apartamento y viajando en
su limusina. (Señalando con su dedo el edificio contiguo al Dakota).
- Hijo puta. Ese hipócrita debería palmarla.
Lanzó el disco hacía los jardines, con un golpe de brazo provocando un ridiculo vuelo raso. Luego me miró directamente a los ojos y me dijo:
- Como tú, también deberías morir.
De su bolsillo sacó un revolver plateado del 38 y me encañonó.
- No tienes ni puta idea de lo que ha sido mi vida desde aquel día. Eras mi único amigo, ¡Cabrón! Te he odiado todos los putos días desde entonces.

Una vena en su cuello se marcaba exageradamente.
- Mark, tranquilo. Sigo siendo tu amigo, cálmate, no puedes hacerme esto, yo siempre he estado de tu lado.
Lo miré, sus ojos estaban llenos de lágrimas y sus mandíbulas apretadas, su mano temblaba y se le veía realmente nervioso. Entonces espetó: ¡Lárgate, fuera, vete de mi vista, cabronazo!

Salí corriendo, atemorizado. Con la imagen todavía en mis retinas de la boca del revolver apuntándome. Entonces cruce la avenida central Park. Parado ante el semáforo había una limusina. Tenía la puerta abierta y saliendo del vehiculo pude ver claramente a John y a Yoko iban hablando desenfadadamente. Seguí corriendo, pocos segundos después oí cinco disparos detrás de mi y luego los gritos de Yoko.




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martes, marzo 06, 2007

Hagamos que el resto del planeta parezca aburrido


La puerta estaba abierta, dudó un segundo, suspiró y al final entró. Encontró el recibidor a oscuras. Al fondo un espejo reflejaba su imagen, realmente estaba preciosa. Entre la penumbra flotaban sombras proyectadas por el capricho de una vela. Un perfumado aroma llegó hasta ella, había encendido incienso. Una melodía a medio volumen cerraba el cerco. Sobre la mesita del recibidor tres cosas: una copa de vino tinto, una rosa roja y una nota.

“Bienvenida, d
esnúdate, tienes la bañera preparada”

Sonrío y con la nota aún entre sus manos probó el vino. Se volvió a mirarse de nuevo al espejo, esta vez directamente a los ojos. Decidió jugar.
Dejó caer su gabardina en el suelo, se quitó sus zapatos de tacón, y mientras avanzaba por aquel oscuro pasillo se fue desprendiendo de todas las prendas que cubrían su cuerpo, quedándose absolutamente desnuda.

Llegó a una puerta, la única iluminada. Miró en su interior. El vapor bailaba entre docenas de velas encendidas, formando nebulosas. Entre la música se oía el agua de la bañera. El segundo mensaje, estaba escrito sobre el vaho del espejo:

“Relájate un rato, luego haremos que el resto del planeta parezca aburrido”

Entró en la bañera. El olor a sales y la espuma lo cubrían todo. El agua estaba caliente, pero no quemaba. Se relajó durante unos minutos, dejando la mente en blanco. Sobre el mármol adyacente a la bañera aguardaba un albornoz y una toalla, ambos blancos, perfectamente doblados. En el suelo unas zapatillas a conjunto esperaban sus pies.

Salió del baño, esperaba encontrarlo por fin, pero el juego continuaba. Frente al espejo había una vela, antes no la había visto, junto a ella encontró un bonito pañuelo de raso negro, otra nota lo acompañaba.

“Ponte la venda, amor”



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Dudó un segundo, giró sobre su eje y no vio a nadie, entre sus manos aquella tela. Su curiosidad y excitación vencieron su compostura, se puso la venda sobre sus ojos. Se quedó quieta, muy quieta, agudizando su oído. Pasaron 30 segundos que parecieron horas, entonces escuchó unos pasos detrás suyo, se dirigían hacia ella, resonando sobre las lamas de madera que cubrían el suelo. Lo sintió girar alrededor suyo, eso le produjo una ligera sensación de desorientación. Lo sentía cerca, lo sentía muy cerca. Su perfume lo delató justo a su lado. Entones percibió que él se aproximaba por su espalda, acercando sus labios a su cuello. Mientras sus brazos, se colaban por su cintura, llegando al cinturón del albornoz. Deshizo el lazo y en un segundo el albornoz estaba en el suelo. Besó su nuca. Sus labios se trasladaron hasta su oreja. Y en un susurró le dijo: “Te deseo”



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