miércoles, febrero 27, 2008

Oneida

Escrita está la leyenda, en tierras del Sur, allá donde la espuma de mar devora la costa, existió una mujer muy especial, llamada Ondeia sería la dama que cambiaria el curso de la historia. Hija de rey, se desposó con un príncipe al que no amaba. El futuro monarca de un país cercano. Su compromiso traería estabilidad y paz al reino.

Pero no fue así, poco tiempo después, de propia voluntad, huyó de aquel reino, volviendo a su casa. Abandonado así, su nueva corona. El príncipe al descubrir su traición, despechado, entró en cólera, perdió el juicio y abrazo a los más oscuros espíritus, conjurando a los cinco jinetes negros. En poco tiempo declaró la guerra y su amor ahora convertido en odio descargó toda su ira contra el pueblo vecino. Los cinco jinetes negros, espectros provenientes del infierno más profundo, sólo tenían una misión, arrancarle el corazón a Ondeia y llevarlo ante el príncipe. Lo harían hasta el último aliento.

El padre de Ondeia asesorado por sus consejeros, la confinó casi como prisionera en la torre de palacio, con el único deseo de salvarle la vida.

También decidió encontrar a un héroe que pudiera vencer a los oscuros caballeros, así que envió sus cuatro goletas más rápidas. Una hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales que dividen el horizonte. La goleta “Bravura” se dirigió hacia el polo septentrional, el Norte; La goleta “Victoria” hacia el sol de mediodía, el Sur; y por la salida y puesta del sol, las goletas “Esperanza” y “Coraje”, Este y el Oeste. Semanas más tarde, empezaron a caer las primeras ciudades próximas a la frontera. El rey defendía su reino con todos los soldados disponibles, cubriendo cada loma, cada camino, cada muralla, cada castillo. Pero su enemigo, era guiado por los mismos demonios. Su ira y su barbarie, parecían no tener contención. Llegó el día que la ciudad Real, se vio asediada. Era la única plaza que quedaba en pie. Un heraldo se acercó a la muralla y leyó un comunicado.
Proclamaba tener clemencia del pueblo, e incluso que retiraría sus tropas y su hegemonía sobre aquella tierra ya devastada, si entregaban a Ondeia. De lo contrario la furia del infierno caería sobre el pueblo como una plaga de langostas sobre un campo de trigo. El rey, consternado, miró su futuro con aflicción. Tres goletas habían vuelto sin traer buenas noticias.

Entonces, Oneida, que llevaba ya un año en la torre, pudo ver desde su ventana una embarcación a lo lejos, era la goleta “Victoria”. Pero ya era demasiado tarde. Los jinetes negros apresaron a su hermano pequeño y prometieron quitarle su vida si ella no se presentaba ante el príncipe. Oneida compareció por el amor de su hermano. El príncipe ahora desfigurado por el odio y consumido en su oscuridad, no le dejó tiempo ni para hablar. Tal y como la vio desenvaino una daga y allí delante de su hermano le rebanó el cuello de lado a lado. Oneida murió en los brazos de su hermano. El alma de su padre murió esa noche con ella.

Cuando la goleta “Victoria“ atracó en puerto, un extranjero descendió por la escalinata del barco. Anduvo por el dique de madera hasta que llegó a tierra. Entonces puso en el suelo una rodilla y tomó arena del suelo, la sostuvo en su mano, mirándola, observándola filtrarse entre sus dedos.

Aquel extranjero formo rápidamente una leva de cincuenta hombres. Los seleccionó únicamente mirándoles a los ojos, como si se asomara a la ventana de sus almas. Todos eran campesinos, pero todos llegaron a ser héroes. En poco tiempo derrotó a los jinetes oscuros y el ejercito enemigo retrocedió. El pueblo de Oneida pudo respirar de nuevo. Aquella batalla fue épica, colosos lucharon entre ellos. Pero la peor parte se la llevó el ejército oscuro quien fue aplastado por la espada dorada de aquel extranjero. El padre de Oneida llevado por la venganza se sintió fuerte y empujó a su capitán a reconquistar su reino, obligando al enemigo a replegarse en su propio país. La ira del viejo creció en su interior y convencido de su campaña, decidió seguir acercándose cada vez más a las ciudades enemigas más importantes. Al igual que un halcón cercaría la madriguera de un conejo, consiguió sitiar el palacio de aquel, que tiempo atrás había sido su yerno. Aquella misma noche, entregado como reo el príncipe oscuro murió atravesado por medio metro de acero empuñado por aquel viejo de corazón roto. Su cadáver fue lanzado a las fieras.