miércoles, septiembre 19, 2007

Jessica llamó a mi puerta

Mientras que algunos rayos de sol se colaban por la persiana, jugando caprichosos con las motas de polvo suspendidas por toda la habitación, una vieja máquina de escribir marcaba el paso de aquella mañana de resaca.

Tac, tac, tac… Mi secretaría, la oronda señora Ángelo, parecía querer perforar aquella carta a golpe de tecla. Tac, tac, tac… Yo allí, apoltronado en aquella silla giratoria de tapicería de cuero pelado, con un tremendo dolor de cabeza. Abrí el primer cajón de mi pupitre. Tenía todo lo que un detective de novela negra debía tener. Una botella de Jack Daniels, un revolver cargado del calibre 45, un frasco de aspirinas y un sobre con fotos en blanco y negro de una morena de vértigo besando a un hombre casado. Trinqué la botella y las aspirinas. Sobre mi mesa había un sucio vaso de plástico con restos de café. No recordaba de cuando. Lo llené de Whisky y tragué de golpe un par de aspirinas.

Cierto es. Aquel oscuro despacho, no solían atraer a demasiados clientes.
Imagino que mi reputación no era la de Philip Marlowe, pero siempre me consideré afortunado. Era un buen sabueso. Tenía instinto.


Mientras abría la correspondencia de la semana, todo facturas, llamaron a la puerta. A través del cristal biselado podía intuirse a trasluz, la silueta de una mujer. La señora Ángelo abrió la puerta. Al otro lado del umbral, bajo el aplique de aquel pasillo enmoquetado, una explosiva pelirroja enfundada en un vestido de noche, aguardaba. Cuando la vi, solo puede pensar en la esposa de Roger Rabbit. Envié a la señora Ángelo a hacer algún recado, como solía hacer cuando tenía la visita de algún cliente.




Aquel día cambio mi suerte, en menos de 24 horas iba a conseguir un millón de dólares y a la mujer de mis sueños.


lunes, septiembre 10, 2007

Buscando cuevas rocosas

Siempre sintió que la fuerza de la gravedad de aquel planeta, de manera caprichosa, lo atrapaba con menos acritud que al resto de seres. Aquella presunta excepción no parecía aun ser lo suficientemente plausible, como para seducir a su agudo instinto de supervivencia. A cada paso, amartillaba sobre aquella pared de hielo su piolet con más fuerza, si cabe.

Más solitario que los terrados de la ciudad, deambulaba en una vida concurrida por almas distintas, almas con otras texturas, almas con áureas de otros colores.

Llenando aquellos minutos de soledad, allí, colgado de cuerdas y arneses, una reflexión a base de auto-preguntas y respuestas, resbalaban de su propia boca al oído.

- El alma es inmortal,…, ni nace ni muere. El cuerpo es mortal,…, alumbra y sucumbe.
- Entonces… ¿Donde pueden habitar las almas huérfanas? … ¿Dónde habitan las almas sin cuerpo?

- Uff! (Suspiro causado por un esfuezo al flexionar sus brazos buscando un saliente)


- Solo hay un lugar posible en nuestro universo. Las estrellas,…. tanta energía, … , solo pueden ser las estrellas.

Sus dedos resbalaron unos centímetros, devolviéndo su concentración a la pared, enseguida controló la situación. Continuó con el razonamiento…

- En el momento de enviar un alma a un cuerpo, pueden ocurrir cosas que haga que la precisión sea vulnerable, ... , que las distancias cambien. Las estrellas están lejos y una sola micra de variación en los ángulos de trayectoria pueden significar kilómetros en el desenlace.

La pregunta era extraña, casi extravagante, pero en aquel momento, colgado en aquella vertical, le surgió:
- ¿Puede un alma de pájaro hallarse encerrada en el cuerpo de un hombre?