Cerré los ojos, la omnipotente presencia de Morfeo fue devorando todos y cada uno de los objetos de mi habitación. Cuando llegó mi turno, fue implacable, venciéndome en segundos para llevarme a su mundo. El planeta de los sueños.
Desorientación.
Desorientación acompañada de veinte segundos de invalidez. Parálisis propia del trance sufrido en un salto entre dos estados con distinto espacio-tiempo.
El primer sentido que reaccionó fue el olfato. Olor a lavada. Lavanda y tierra mojada.
Oscuridad total, hasta que mis ojos se reconciliaron con la tenue luz del alba. Miré hacia arriba, un frondoso techo verde oscuro, sostenido por cientos de altas columnas de madera, me indicaban que me hallaba en la profundidad de un bosque. Mis pies invisibles se hallaban sumergidos en un estanque de niebla violeta donde al parecer habitaba el espliego.
Los sonidos del bosque me envolvieron. Aunque era incapaz de verlas, aves rapaces nocturnas, ululaban a mi alrededor, mientras mi mente dibujaba sus pico curvos, sus misteriosos ojos grandes y sus curiosas plumas alzadas sobre su cabeza figurando ser sus orejas.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Imagine que aquel lugar era transitorio, no era el lugar que el destino tenía preparado para la revelación que estaba yo esperando. Una manifestación de la verdad secreta y oculta que sabía que estaba próxima.
Caminé y caminé. Perdido, creí oír tu voz como un murmullo, me gusta tanto oír tu voz, aunque sea en sueños... Seguí el rumor de tus suaves palabras a través de los árboles, buscándote entre sus recovecos, descubriendo el camino, salvando las burlas del eco en las rocas. Escrutando el sonido a través de las pisadas de ciervos y del siseo de las serpientes, incluso a través del bajar del río.
Desde la otra orilla pude distinguir a un viejo lobo, observándome en la distancia. Por fin llegué a un claro, en medio se disponía un robusto atril a modo de altar. Sobre él, había una bandeja de oro con una inscripción, “Soy el espejo mágico de las cosas que nunca ocurrirán”. Una preciosa jarra con agua aguardaba a su lado. Vertí agua en el plato dorado, el fondo desapareció y empezaron aparecer imágenes de deseos incumplidos, fantasías prohibidas e irrealidades. Todo tipo de juegos caprichosos que mi mente me había propuesto durante años, posiblemente todos los halos de esperanza huérfanos que quedaban por cumplir.

Nunca había llorado tantas lágrimas, ni tampoco tanto tiempo. Cuando llegó la calma, pensé unos instantes. Una sonrisa se dibujó en mi boca, aquel espejo nunca te reflejó a ti.