martes, febrero 27, 2007

La vida predica a un converso

Esperando un segundo de lucidez, me mantenía como podía agarrado al saliente de aquel tortuoso desfiladero. Transpirado y con la cara sucia, sucumbía dentro de mi propia pesadilla. No sentía miedo, ya no. Había perdido demasiada sangre, al principio brotó como un surtidor de rosas rojas saliendo de mi costado, ahora me sentía más relajado, mi ansiedad se fue por el mismo agujero por donde entró aquella piedra afilada. Arriba una bandada de aves abolengas planeaba sobre el abismo, justo encima de mi cabeza. Llevaban un buen rato girando en círculos sobre mí. Abrazando el aire, acariciando cada molécula, desafiando la atmósfera. Eran sin duda, autenticas antagonistas de la gravedad. Desde abajo agarrado a la nada, como si fuera una acuarela, veía a los rapaces flotar entre colores azules, blancos y cobres.

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Todo empezó en los arrabales de mi ciudad, yo era un adolescente, andando con miedo por una vieja y bohemia calle color gris verdosa. Me dirigía a una casa de empeños, quería rescatar los objetos personales de mi abuelo. Mi tía los había vendido al mejor postor por un puñado de monedas. Llegué al umbral de aquella sórdida tienducha. Abrí la puerta, una campanilla, avisó de mi presencia. En su interior un viejo receloso, esperaba tras él mostrador. En segundos me escrutó como si yo fuera carnaza y él un tiburón. El interior de la tienda era un cementerio de objetos olvidados. Cientos de trastos viejos estaban dispuestos por todo aquel almacén sin seguir ningún patrón que desvelara orden alguno. Y allí tenía yo que encontrar los objetos del abuelo. Para rematar, a aquel horroroso lugar le acompañaba un olor nauseabundo. Tras un buen rato buscando, encontré una caja grande de cartón, dentro estaban las cosas del abuelo. Cogí lo que creí que valía más la pena. Un viejo reloj parado, una pluma estilográfica y su libreta de notas. Una preciosa moleskine de cuero marrón con una goma para abrazar sus hojas. En mi bolsillo unas cuantas monedas, todo lo que pude ahorrar realizando algunos trabajillos. Me dirigí al mostrador. La síntesis de lo que ocurrió es sencilla. La profesión vitalicia de aquel mugriento personaje era la negociación, y yo solo era un chaval sin experiencia. Así que fui afortunado en poderme llevar el cartapacio usado de mi abuelo. A cambio, vacié mi bolsillo de monedas y dejé también un jersey, ese que fue el último regalo de cumpleaños de mis padres. La verdad, no podemos decir que fui un zorro negociando, pero pude rescatar un objeto personal de mi propio abuelo.

Años después…

Mis dedos enfundados en un guante de cuero marrón tiraron con fuerza de las trinchas que ataban mi fardo, dentro guardaba un catalejo dorado. La cueva, que el abuelo describió en su preciosa moleskine no podía estar muy lejos. Contemplé a través de las lentes una opulenta roca que despuntaba entre los bosques, como un rascacielos natural. Un mapilla dibujado por su puño y letra en tinta negra indicaba su posición. Entre sus notas encontré mención a una gruta de iridiscentes paredes de jade, ese era el camino. En el interior de esa gran roca, había una piedra, un increíble diamante. La gema que yo anhelaba. La sabía divina, la quería para mí. Pero el abuelo no habló de la auténtica realidad de aquel objeto, objeto casi diabólico. En aquella misteriosa libreta, se omitía su procedencia, y por supuesto su maldición.
Encontré la gruta, era maravillosa. Algo así como caminar dentro de una cascada de amatista, cuarzo y mármoles. El camino descendía, absorbido por una pendiente. Sin darme cuenta, la montaña me estaba engulliendo. Tal y como comentaba mi abuelo en sus notas, el esófago de aquella roca se fue estrechando cada vez más. Hasta el límite que tuve que dejar todos mis enseres por el camino, para poder deslizarme como un gusano dentro aquella gruta. Por fin alcancé la cámara principal. En ella había un opulento altar, sobre él, una piedra preciosa “La piedra que te deja ver”. Eso es lo que decían las últimas palabras que había escrito mi abuelo en su cuaderno.

Anduve hacia aquella maravilla, mirándola, enloqueciendo con ella, enamorado de su belleza. Era sublime, era precisa. La cogí en mis manos, entonces una pregunta acudió a mi mente. ¿Cómo era posible que el abuelo la hubiera encontrado y no la hubiera cogido? Guardé la piedra en mi bolsillo y salí de la cueva reculando por el mismo camino que había tomado a la ida. Justo en el umbral de la cueva, donde esperaba que hubiera un camino firme, apareció una resbaladiza pendiente, trampa mortal que me obligó a rodar como una piedra cayendo por la ladera de la montaña. En mi caída, mientras me despeñaba, apareció ella en mi mente, allí mismo, en aquel lugar, ante mí. Ella me miraba a los ojos, pero estos carecían de vida. Era como si no estuviera viéndome, era como si estuviera a kilómetros de allí. Alargué mi mano hacia ella, loco de amor. Sentía que algo dentro de mí me quemaba. Y pronto, todo ya ardía. El fuego procedía de mi propia conciencia.

En mi mente se fraguó una imagen mucho más compleja de lo que al principio parecía. Esa imagen permitió que lo entendiera todo, fue repentino, lo entendí de golpe. Aquella mujer era frenética, pero al mismo tiempo frígida, vulnerable y desorientada. Era áspera como el perfil de una cicatriz y fría como el oscuro océano, pero en su interior era frágil como el cristal de una copa de vino. Era el único reptil que ha existido de sangre caliente. Lo pensé durante unos instantes, la única posibilidad que existía era enterrar lo que yo sentía por ella y esperar mil años. Con una laxa sonrisa melancólica accedí para mis adentros. Entonces el tiempo se detuvo en mi interior, mientras las agujas del reloj giraban a gran velocidad. Fue justo cuando un dolor agudo rasgo mi costado, gemí al sentirlo y también mientras caía, hasta que mi mano agarró aquel saliente por pura casualidad. Ahora, me encontraba allí colgado.

Dicen que el diablo vive en cada desfiladero y es posible. La única verdad es que el destino se empeña en darme lecciones, y no se el por qué. Digamos que predica a un converso.


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domingo, febrero 25, 2007

Orillas opuestas de un mismo río

Todo esto quedará en el recuerdo, llenando aquel invierno de principios del 2.007. Aquellos meses en que estábamos más desnudos que los álamos del parque. Esos días en que vivíamos en orillas opuestas de un mismo río. Esas tardes en que nuestro banco estaba vacío.

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Pero el tiempo pasará, sí, y se escribirá el libro de nuestras vidas. Habrán risas y por supuesto habrán lágrimas. En esencia sólo quedará lo importante, las miradas, las caricias, los besos y las palabras de amor.




miércoles, febrero 21, 2007

Muñeco de trapo

Lus era un extraño pasajero de un tranvía averiado. A menudo habitaba en el subsuelo, abocado en sus pensamientos, en aquellos destellos atrapados en la mediocridad. Sin saber por qué, sentía crecer en su interior un ovillo de lana contaminada, que siempre acababa exhalando por su boca. Un día, queriendo acabar con su dolor, conjuró un oscuro maleficio y se convirtió en un muñeco de trapo. Pero aun así, quiso conservar su corazón intacto. Pobre soñador, nunca podría haber imaginado que su destino sería ser huésped de un costurero, albergando en su pecho todos los alfileres del mundo.

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Lo curioso de todo aquello es que el césped del jardín de aquella muñeca, todavía acaricia la planta de sus pies.

martes, febrero 13, 2007

La respuesta eres tú

El final del camino apareció ante mí. Recuerdo que, el dolor fue tan fuerte, que por unos instantes, creí que me estaban arrancando el corazón. Aquel salvoconducto a la felicidad había dejado de tener vigencia. Todo lo que un día había tenido sentido se escurría entre mis dedos, incapaces de detener el derrumbamiento. Mi vida se convirtió en un holograma. En una caja de imágenes huérfanas, en colage colgado en la pared de mi mente que revertía en una vana alegoría a los buenos tiempos. Que hipócrita fue la vida, que frágil es la felicidad.

Solo, frente a un mundo devastado. Encaminé, tracé, fortalecí, diseñé, jugué con la vida a su juego y fui buen jugador. Pasaron las tormentas. Ayer, ya mucho después, sentado ante el fuego en la playa de mi isla desierta, pensé. La misma pregunta de entonces amartillaba mi cabeza. ¿Por qué se destruyo aquel mundo? Y entonces lo entendí. La razón eres tú.

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viernes, febrero 09, 2007

Fugitivos concurrentes

En aquel anochecer, la lluvia era tan fina, que parecían mil agujas clavándose en mis magullados huesos de peregrino forajido. Desde que me escabullí de las mazmorras de Carcassone, no he dejado de correr sin mirar atrás, huyendo del oscuro obispo y del peor de sus esbirros, el capitán Zorbac. Llevaba caminando de sol a sol varios días, y al fin la senda me escupió un nuevo lugar con algo de civilización. La calle principal de aquella pequeña villa era un río de lodo. Todo parecía estar desierto excepto la posada. Las ventanas iluminadas por teas y las risas incontenidas indicaban que aquel era el único lugar con actividad dentro de aquel pequeño pueblo sin nombre. La capa de monje dominico que robé de aquel carro me cubría, pero ni siquiera santo Domingo puede evitar que la lluvia cale. Teniendo en cuenta que el cansancio es incluso peor enemigo que el mismísimo capitán de la guardia, este humilde servidor necesitaba detenerse en aquel recodo de mi largo camino. Pensé que buscar ropa seca no sería mala idea e incluso beber una copa de vino. Entré en los establos adyacentes a la posada, y encontré ropa de trabajo que me puse encantado, deseoso de quitarme el hábito dominico que tan vehementemente me había servido hasta el momento, pero que ya acumulaba más agua que el Mare Nostrum. Cuando acabé de vestirme, vi entre la paja, usada como lecho por los caballos, a una hermosa mujer de ojos claros observándome escondida. Por aquel entonces, casi todo el mundo tenía un motivo por el cual huir o esconderse y no tenías precisamente por que ser malandrín. Simplemente por haber caído en desgracia ante los ojos del obispo o de su red de secuaces, ya era motivo suficiente para esconderse. Me acerque a ella con cautela, y le tendí mi mano. Ella tardó en reaccionar temerosa y desconfiada, pero en poco rato fraternalizamos. Imagino que estaba tan sola como yo. Su piel blanca y manos delicadas me indicaban que aquella doncella, era de buena cuna, ¿Cual sería su historia? Fui a la taberna en busca de dos copas de vino. Bebimos y hablamos durante un buen rato.
Entonces una preciosa melodía proveniente de la posada lo inundó todo. Era música de flauta, bien acompañada por otros instrumentos de cuerda y percusión. Nuestras pupilas se encontraron mientras acariciaba su mano. Segundos después nos incorporamos y bailamos aquella melodía tan bien interpretada. Poco después nos besamos, aquella noche la pasamos juntos desde el ocaso hasta el alba, sintiendo nuestra piel y sin hacernos preguntas.

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Por unos instantes fuimos dos fugitivos desconocidos abrazados en aquel maloliente establo, posiblemente teniendo unos instantes de felicidad tras mil desventuras.


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martes, febrero 06, 2007

Lo esencial


Ricardo era un joven interesado por la vida. Podríamos decir que era una de esas personas de sentidos abiertos. Era un hombre con un innegable calado, tanto en su manera de hablar como en su forma de pensar. Era el tipo de persona que nadie se le hubiera ocurrido decir que estaba loco. Yo tuve la suerte de conocerlo. Fui compañero de universidad y amigo suyo, por lo menos hasta el día de hoy.

Aquella mañana Ricardo me llamó por teléfono. Su voz parecía angustiada. Me dijo que quería verme, que necesitaba hablar conmigo sobre un asunto importante. No me dio más explicaciones, pero su afligida voz me dejó inquieto.

Nos encontramos a las cinco en punto en El Café de la Opera de las Ramblas. Parecía extraño. Llevaba un largo chaquetón azul marino y unos guantes de cuero negros. Unas prominentes ojeras colgaban bajo sus ojos, y su piel había adoptado un color gris enfermizo. Le pregunté si se encontraba bien y me confesó que se sentía cansado. Luego hablando con él, me reveló que había estado muy ocupado estos últimos meses. Rompimos el hielo hablando de pequeñas cosas banales. Diálogo protocolario previo a una conversación privada e importante. Pero el formalismo duró poco, en breve, Ricardo entró al trapo.

Empezó explicándome que había estado investigando. Y que tras meses de búsqueda, había dado con ciertos libros antiguos, libros prohibidos por la innombrable. Al parecer esos libros habían sido salvados del fuego purificador, posiblemente por los mismos escribanos que lo copiaron del original. Original ya perdido posiblemente pasto de las llamas.


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Me explicó que semanas atrás, se había encerrado durante días dentro de aquellos libros. Me dijo, que cuando los libros de la verdad llegaron a sus manos, un espiral descendente lo introdujo de lleno en sus letras. Inmersos en ellos, podía entender el significado de los pensamientos. Llegando incluso al Nirvana en algunos casos. Al principio reí, descafeinando sus palabras. Pero su rostro cambió, y su mirada se torno de cristal. Ricardo me penetró con sus pupilas, y con un gesto lento se sacó un guante, mostrándome su mano. Fue en ese mismo instante cuando se me heló la sangre. Su mano se había transformado en una garra momificada, extremidad carente de vida y de juventud. No podía entender que era lo que le había ocurrido a Ricardo, pero estaba claro que estaba metido en algo abominable.

Entonces me miró a los ojos y me preguntó:

- ¿Has pensado que es lo esencial?


Su confusa pregunta no obtuvo nada, más allá de mi silencio.